viernes, 30 de julio de 2010
El Escritor del Mes
El sol se dedicaba alegremente a tostar y secar la formidable casa de los horneros, una pareja que habita en el árbol frente a mi casa. De pronto, gorriones y benteveos se sumaron a ellos y al poco rato eran unos catorce pájaros diferentes, algunos en pareja, otros en tríos, los que se amontonaron sobre el nido. Eran aves habituales en la cuadra, pero no solían reunirse, sino que aparecían en momentos distintos. Esta vez, unidos como jamás los había visto, abrían sus picos y parecían gritarse unos a otros, mientras que con las alas, también abiertas y en un agitado vaivén, apuntaban a la casa de mi vecino Pancho.
Curioso, me fui a ver aquella casa y me percaté que ardía un principio de incendio, así que llamé a los bomberos, los que vinieron enseguida y apagaron sin problemas el fuego, causado por un cortocircuito, salvando casi todo.
Más tarde llegó Francisco y cuando le relatamos lo sucedido, me preguntó:
--¿Y vos que hacías, cómo es posible que hayas visto el incendio desde allí? --
Le contesté: --¡Yo nada, mateaba y veía unos pajaritos sueltos... pero comprendí que algo pasaba en tu casa al oler el humo! --
Pancho me felicitó por mi buen olfato y agradeció haberse salvado de perderlo todo. Yo jamás le confesaría que unas aves me habían avisado, porque al igual que ustedes, se reiría en mi cara. Pero nunca desestimen a los pájaros.
por: Eduardo Leira.
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