domingo, 30 de mayo de 2010

El Taller de Escritura

FENÓMENOS FONÉTICOS

Por: Enrique A. Sanchez L.  

El interés de estas narraciones, si acaso alcanzaran a tener alguno, reside en la presentación de varios puntos de vista personales acerca de importantes fenómenos fonéticos de la versificación de nuestra lengua.

Las observaciones recogidas en estos apuntes nos conducen a adoptar con frecuencia criterios que difieren, en puntos esenciales, de los que se han venido admitiendo como adquisiciones de carácter definitivo por la erudición española o la extranjera. Los puntos que merecen ser subrayados, entre los que en esta narración se analizan con algún detenimiento, son los relativos al empleo en la octava de arte mayor de versos de distinta medida, pero de igual estructura rítmica, al carácter indígena del endecasílabo de Juan de Mena, verso que, en nuestro concepto, carece de toda conexión con el endecasílabo del Dante de Petrarca; a las supuestas relaciones entre la versificación de Imperial.

Tal vez estos puntos contengan, como intento de explicación de algunos aspectos de la versificación española que desataron en otros tiempos y que todavía hoy provocan grandes controversias, errores más o menos disculpables, pero en todo caso puede servir de excusa a los mismos el hecho que ninguno de ellos se basa en repeticiones ociosas, sino que todos, sin excepción, obedecen a observaciones que no han sido hechas.

Ahora bien, en torno a un minucioso estudio, acerca de la versificación castellana, Antonio de Nebrija, autor de la primera Gramática Castellana (Salamanca, 1492), se ha venido erradamente atribuyendo el intento de introducir los pies cuantitativos de la métrica latina en la versificación española. Coll y Vehí (Diálogos Literarios, Madrid, 1866) señala francamente al fundador de la gramática española como autor de la absurda pretensión de hacer de la cantidad más bien que del acento la base rítmica de la versificación castellana.
Nebrija, en cambio, es, quizá, entre nuestros gramáticos el primero que intentó la descabellada empresa de restituir a las sílabas de los vocablos castellanos la cantidad perdida.

Menéndez y Pelayo formulan idéntica acusación contra el dramático nebricense a quien atribuye también el intento de asimilar los pies prosódicos del español a los pies cuantitativos del latín y de querer modelar nuestro arte poético sobre los mismos principios de la poesía clásica.

''De la Gramática Castellana del maestro Antonio de Nebrija arranca este estudio con verdadero carácter científico; pero algo y aún mucho descarriado por el empeño de asimilar nuestros versos a las latinas, ver donde quiera monómetros, dímetros, trímetros y adónicos sencillos y doblados, y con decir a secas que cargaba la pronunciación, déjanos a oscuras de si confundía o no el acento con la cantidad; daño de las expresiones ambiguas, que notaremos asimismo en otros preceptistas''.(Estudios y discursos de crítica histórica y literaria, tomo V. pág. 180).
En libros más recientes, como el de Pedro Henríquez Ureña (La Versificación Irregular en la Poesía Castellana, 2da. edición, Madrid, 1933), se repite el mismo cargo contra el insigne humanista del Renacimiento español: ''El gran maestro del humanismo español, Nebrija, lo reconoce también (el principio del isosilabismo) en la poesía de su tiempo, pero comienza a echarle sombra con su deseo de introducir el sistema cuantitativo en el verso español. Todavía en el siglo XVI saben ver claro preceptistas como el sagaz maestro Alonso López Pinciano; pero el fantasma de la cantidad, evocado por la aberración de Nebrija, continúa reapareciendo y acaba por dominar en el siglo de los académicos, el XVIII''.

Pedro Muñoz Peña, comentarista del Pinciano, incurre en el mismo error. En la anotación que figura al pie de la página 278 de la segunda edición de la Filosofía Antigua Poética (Valladolid, 1894) hace el catedrático español las afirmaciones siguientes: ''El doctor Alonso López es el primero en el siglo XVI que, apartándose de la tendencia de los humanistas por la métrica cuantitativa clásica, iniciada y sostenida por el célebre Antonio de Nebrija en su Gramática, sostuvo, en oposición a éstos, que el verso castellano era una reunión de sílabas en número cierto y determinado. Ni las aficiones del Pinciano a la poesía griega y romana, ni sus entusiasmos por Homero y Virgilio, que el lector ha podido reconocer en estos diálogos, le hicieron desconocer  esta verdad, ni menos llevarle a afirmar, como lo hizo el ilustre Nebrija y otros muchos, que en los versos castellanos tenía parte la cuantidad de las sílabas, porque él mismo afirma que no existía la cuantidad, porque las sílabas nuestras no son largas, ni breves, porque el acento no es tiempo, sino cuando más, reminiscencia lejana de esa cuantidad''.

Esta confusión obedece sin duda a las dos circunstancias siguientes: a) Nebrija, como todos sus sucesores hasta Rengifo y Luzán, denominaba largas las sílabas acentuadas; y, b) no se ha observado que Nebrija compara tantos los pies como los versos del romance con los de la poesía clásica tomando sólo en cuenta la estructura de la cláusula final y no la de las cláusulas de que se compone el metro.

En tanto, que  el ilustre Pedro Henríquez Ureña, en su ensayo ''En busca del verso puro'' (La Habana, 1934), reitera contra Nebrija el cargo de haber complicado la noción del verso con la descabellada pretensión de cambiar sílabas largas y breves.

Es evidente que Nebrija distingue con absoluta precisión la cantidad del acento. Ya T. Navarro Tomás (Revista de Filología Española, Historia de Algunas Opiniones sobre la Cantidad Silábica Española, 1921) ha hecho la advertencia de que el gran humanista español, maestro de la Reina Isabel la Católica, negó rotundamente que en nuestra lengua existieran sílabas largas y breves y se limitó a establecer una correspondencia puramente convencional  entre los pies del latín y los del verso castellano.

Después de este breve recorrido histórico sobre Literatura Universal, y algunos de sus próceres de la letra, terminemos hoy con una frase de nuestro ilustre Mahatma Gandhi, cuando dijo:

''La Capacidad de leer y escribir debe ser uno de los instrumentos del desarrollo intelectual, pero existieron en el pasado gigantes intelectuales que fueron analfabetos''. Por ende, “El alfabetismo no es el final de la educación, ni siquiera es el principio'', concluía Gandhi.

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