viernes, 17 de junio de 2011

Cuentos Cortos

Encuentro fatal

El ronroneo del motor, no aplacaba las voces, que se entremezclaban en su cabeza. Manejaba por inercia, como algo preestablecido. Sus ojos miraban sin ver, las manos crispadas sobre el volante mostraban los nudillos blancos, dejando en claro la tensión acumulada en su cuerpo.
Su ropa desaliñada, manchada con rastros de sangre y su cabello enmarañado, eran  testigos de lo que había acontecido.
Sólo se había detenido por una copa camino a casa. Nunca imaginó que sería  él quién perpetraría tal crimen.
Su viaje de negocios, había sido un éxito, por eso decidió volver antes, para festejar junto a su mujer.
La satisfacción se le traslucía en la cara. Al llegar al aeropuerto, la alegría y la euforia por el éxito conseguido seguía latente.
Las luces de neón del bar lo invitaron a parar.
El lugar no era de lujo, pero el ambiente parecía agradable. En las mesas dispersas en el local, había algunos parroquianos, se acercó al mostrador acodándose y tomando asiento en un taburete, de espaldas a la concurrencia, se enfrentó con el dueño.
Éste era un hombre entrado en años, cabello cano, ojos de un azul profundo y sonrisa amigable, le preguntó que deseaba tomar.
-Un bourbon sin hielo por favor.
Tomó el vaso, el licor lanzando dorados destellos, le quemó la garganta, hizo un una mueca, los ojos le ardieron pero aguantó las lagrimas.
-Otro, por favor.
Del fondo del local de una de las mesas, ella se levantó y con paso indolente se le acercó. Sus ojos adivinaban que el hombre en cuestión podía ser un buen cliente.
-Hola guapo, ¿me invitas?
El giró la vista, su mirada la recorrió, el vestido marcando sus curvas la delataba, dejando a la vista su trabajo y sus intenciones, su cabello dorado a fuerza de tintura caía sobre sus hombros, sus labios de un rojo encarnado, mostraba a las claras que era una profesional, todo en ella era una muestra de que era una profesional de las artes amatorias.
Él no tenía ninguna intención de liarse en plan alguno con ésta mujer, pero algo en su mirada le dijo, ¿porqué no?, es sólo una copa.
- Pide lo que quieras, yo invito.
- Gracias, festejas algo, por lo que veo.
- Si, me fue bien en algo en lo que hace tiempo vengo trabajando.
La conversación siguió en torno a su último logro, los ojos de ella brillaron por la codicia, podía imaginar que a este tonto, le sería fácil sacarle dinero junto con Jimmy.
Los coqueteos se hicieron más sensuales trataba de engatusarlo, él se daba cuenta, y la dejaba hacer, sus juegos lo divertían, por un momento se olvidó del motivo por el cual había regresado antes, y se dijo que tenía tiempo para algo así.
Salieron del bar, ella le propuso ir a su apartamento. Condujo su auto por la avenida, el apartamento se encontraba en un edifico viejo. Al traspasar la puerta él notó que algo no andaba bien, ella se mostraba confiada, pero eso no lo convencía, le dijo que se iba a poner más cómoda, saliendo de la sala y perdiéndose por una puerta al fondo del pasillo, él se quedó esperando que volviera, mientras su mirada recorrió el apartamento, éste no mostraba lujo de ningún tipo, estaba más bien desprovisto de todo mobiliario suntuoso, algo que él esperaba encontrar, siendo que era una prostituta elegante en el vestir.
Apareció ataviada sólo con una bata translúcida, dejando al descubierto la majestuosidad de su cuerpo voluptuoso y firme, acercándose a él parecía como si se deslizara por el piso, flotando.
Lo envolvió en sus brazos atrayéndolo hacia ella, besando su cuello, sus ágiles dedos comenzaron a desabrochar su camisa, las manos de él la recorrían, pero sus sentidos estaban alertas, seguía con la sensación de que algo no estaba del todo bien, pero aún así el deseo era superior a toda alerta que su cerebro le pudiera enviar.
Estaba ensimismado en sus besos y caricias, la música sonaba suave, endulzando el momento, no supo que algo o alguien se acercaba a ellos, hasta que fue demasiado tarde, algo frío y duro se clavó en sus costillas.
Volteó para ver que era y se encontró con el rostro de un hombre joven, ella se retiró subrepticiamente de su lado, cerrando su bata y ocultando su desnudez incipiente.
Ahí se dio cuenta que había caído en una trampa, ella lo había llevado para robarle, lo que no sabía es que él no poseía dinero, no la suma que ella y su secuaz se imaginaban.
Así se los hizo saber, el joven enfureció y lo golpeó en la cabeza, él cayó sobre la alfombra hincando la rodilla en el piso, sus manos se crisparon sobre esta, el dolor le había echó perder el equilibrio, trató de incorporarse y un nuevo golpe lo volvió a derribar, esta vez en el estómago.
Tomándose el vientre con ambas manos y doblado por el dolor permaneció unos minutos tirado, jadeando. Trató de recuperar el aire, entre tanto el tipo que lo había atacado, discutía con la mujer por unos minutos, eso le permitió recuperar el aire y fuerzas, esperó paciente a que se le acercara nuevamente, y cuando lo hizo, arremetió con el hombro sobre el joven, derribándolo en el piso, con la agilidad de un gato, se montó sobre él y comenzó a golpearlo, sólo el instinto de supervivencia lo hacía defenderse, estaba encarnizado golpeando al muchacho que no tuvo el tino de prestarle atención a ella.
Ésta lo estaba apuntando con el arma, que el joven había perdido en la lucha, sus gritos lo trajeron a la realidad, se incorporó lentamente, pidiéndole a ella que dejara el arma, que se marcharía y que no haría ningún tipo de denuncia, si sólo lo dejaba marchar.
Sobre el suelo como un guiñapo, el cuerpo del joven yacía laxo, inerte, no se movía.
Creyó que estaba muerto, pero al mirarlo detenidamente notó que todavía respiraba, ella apuntándolo con el arma, no dejaba de proferirle insultos, él comenzó a acercarse con la intención de quitarle el arma, que ella blandía frente a su cara.
Con un movimiento rápido estaba junto a ella, forcejeando para apoderarse del arma, que aún permanecía en sus manos, cuando pudo arrebatársela, se escuchó el estampido de un disparo, la cara de ella dibujó una mueca de dolor, y comenzó a deslizarse hacia el suelo, sus manos seguían aferradas a la pistola humeante, lo arrastró junto a ella en su caída.
Torpemente se puso de pie, la mirada exorbitada por el desenlace acontecido, soltó el arma como si esta le quemara las manos.
Salió del  apartamento, como si lo persiguieran mil diablos, no volvió la mirada ni una sola vez, en su mente sólo el afán de huir lo hacía seguir.
Corrió a su auto, las piernas estaban a punto de flaquearle, pero pudo subir antes de que eso sucediera.
Manejó sin sentido, las luces pasaban frente a él, como fantasmas provistos de luz, no sabia que hacer ni a donde ir, la desesperación se apoderó de él.
Sabía que si iba a la policía no le creerían, que hacer, su mente estaba confundida, tampoco quería ir a su casa, como le explicaría a su mujer lo que había pasado.
Entonces tomó una dura decisión, se iría lejos para que no lo encontraran, todo por lo que había trabajado se esfumaba, todo por lo que había luchado se desplomaba, comenzaba a ver como su vida ya no tenía sentido y su carrera comenzaba a perder todo el brillo y esplendor por el que había peleado tanto tiempo.
El amanecer lo encontró conduciendo a ninguna parte, solo sabía que no podía regresar, ahora sólo le quedaba huir y vivir como un fugitivo.
Su futuro se perfilaba incierto, no sabía adónde ir, ni a quién recurrir. Todo contacto con personas de su vida le suponía un peligro.
Había estado conduciendo toda la noche, los ojos le ardían por el esfuerzo que realizaba para poder enfocarse en la carretera. El cansancio comenzaba a hacerse notar, los dedos entumecidos de su pie derecho sobre el acelerador, eran simples prolongaciones de su cuerpo.
El afán de huir, de alejarse lo más posible, se había arraigado en su mente, no se permitía sentir agotamiento, cansancio, dolor y mucho menos hambre.
Continuó manejando por horas, hasta que la luz del combustible titilando en el tablero le anunció que debía detenerse.
El atardecer estaba asomando, eso le ayudaría a pasar desapercibido.
La rutilante marquesina de la gasolinera, lo invitó a parar. Apeándose del coche se dirigió al baño, la chaqueta ayudaba a ocultar la sangre de su camisa, una vez dentro del baño trabó la puerta y se dispuso a asearse un poco. Hizo todo mecánicamente, cuando levantó la vista, la imagen que le devolvió el espejo, era la sombra del hombre que había sido veinticuatro horas antes, feliz y seguro con un futuro promisorio. Frente a él, estaba este otro, un fugitivo sin rumbo, inseguro y sin ningún futuro posible.
Peinó sus cabellos con los dedos, terminó de acomodar sus ropas de manera prolija, aspiró aire y resuelto salió al estacionamiento.
Su auto se encontraba aún aparcado junto a las bombas de despacho, el empleado lo esperaba junto a él, acercándose metió su mano en el bolsillo, apartó el importe justo y pagó.
Subió a su coche, enfiló nuevamente a la ruta, por el momento el lugar más seguro para él era ése.
Un par de kilómetros más adelante, un cartel indicaba una posada desviando el camino.
Se adentró por el sendero que conducía hasta ella. La noche comenzaba a caer. Estacionó bajo un frondoso árbol que se encontraba a un lado de la entrada.
El lugar parecía de ensueño, perdido entre la vegetación circundante, era el lugar ideal para ocultarse. De seguro acá no lo encontrarían, traspuso la puerta, la sala principal contaba de unos sillones color café ubicados frente al hogar, con una mesita ratona en el medio sobre una alfombra de vistosos colores, unas tulipas colocadas estratégicamente daban a la estancia una iluminación cálida y agradable. El ambiente daba sensación de tranquilidad, las cortinas color melocotón entonaban perfectamente con las paredes, algunos cuadros dispersos componían el resto del decorado, sobre el hogar un espejo enorme le devolvió su imagen, instintivamente alisó una vez más su chaqueta.
De la escalera bajaba una joven sonriente, se quedó admirado de sus ojos azul profundo que contrastaban con su larga cabellera negra.
Dándole la bienvenida la joven se presentó.
- ¡Buenas noches! Bienvenido a mi posada, soy Lisa la dueña. Mientras le tendía la mano a modo de saludo.
Las palabras se atropellaron en su boca, se sentía intimidado ante la fresca presencia de ella.
- Hola, sólo necesito un cuarto y un baño.
Ella notó su nerviosismo, pero educada hizo caso omiso, para que él se sintiera seguro y tranquilo, jovialmente le dijo:
- Tengo un cuarto con baño privado, si lo quiere es suyo.
- ¡Si por favor!, su voz sonaba apremiante.
- Le tomo los datos y en unos minutos estará disponiendo de él.
El temor tensó su cuerpo, ¿Qué nombre daría? No podía darle su verdadera identidad. Estaba huyendo y hasta que su mente se aclarara necesitaba esconderse.
- Mi nombre es… Mike, Mike Smith, vengo de New Jersey.
- Ok, Mike firme aquí y ésta es la llave de su cuarto, subiendo la escalera al fondo.
Garabateó una firma, tomó la llave y se dirigió escaleras arriba.
El cuarto constaba de una cama con dosel de dos plazas, una pequeña cómoda y una silla a un costado de la ventana, sobre la  mesita de noche había un cenicero y una Biblia, tomó esta última y la guardó en el cajón, Dios ahora no le serviría de nada.
Al voltearse miró por la ventana, desde ella se divisaba a la luz de la luna, el disco plateado de agua del lago. Caminó al baño, abrió la ducha dejando el agua correr, lentamente se quitó la ropa, sus brazos pesaban, el agotamiento se hacía sentir.
Restregaba sus manos y su cuerpo con furia, queriendo borrar de esa manera lo que había sucedido, exhausto dejó que su cuerpo se deslizara, quedando en cuclillas. Las lágrimas inundaron sus ojos, dio rienda suelta al llanto, la desazón, la impotencia y la culpa comenzaban a ceder.
Envuelto en la toalla salió para dirigirse a la cama, necesitaba con urgencia poder descansar. La sorpresa lo embargó, sobre esta había una bata, junto a ella una camisa y un pantalón junto a una nota “si quiere baje a cenar”. El miedo volvió a atenazarle, buscó sus ropas y no las halló. Rápidamente se vistió y bajó las escaleras.
Encontró a la joven en el comedor, sólo había dos cubiertos dispuestos para la cena, sonriente se volvió hacia él.
- La ropa está en la lavadora y la cena esta lista, siéntate.
No atinó a contradecirla, no supo porque, solo obedeció la orden. Ella regresó con una fuente humeante en sus manos.
- Es estofado de cordero, espero que te guste.
- Gracias, pero… ¿sólo somos nosotros dos para cenar? ¿los otros huéspedes?
- No hay nadie, sólo tú y yo. Hace tiempo que nadie se detiene aquí, unos meses atrás abrieron un motel sobre la ruta, así fue como mis clientes me fueron dejando, tú eres el primero en dos meses. Ahora come que se enfría.
Así en silencio cenaron, cada tanto levantaba la vista y al mirarla la notaba observándolo con una sonrisa y en sus ojos un dejo de comprensión, de a poco se fue relajando, sobre el final de la cena, lo invitó con un café, que él acepto de buen grado.
- Tomémoslo en la sala, le propuso ella.
Se sentaron ambos en el mismo sofá frente al hogar, ella le relataba su vida, el atento la escuchaba, todo parecía normal, salvo por la culpa que pugnaba en su interior, se podría decir que eran los mejores amigos y hasta una pareja feliz.
“Es guapo, se dijo ella apenas lo vio parado en la sala. Sus ojos color almendras y su cabello rubio dorado, enmarcaban un rostro viril y armonioso, a pesar del rictus de temor y desesperación que lo acompañaba. Ella intuyó que huía de algo y sólo le nació ayudarlo, sin saber porque.
Se sintió atraída por él desde el primer momento, también había notado las manchas de su camisa, pero no les hizo caso, no parecía un hombre violento y tampoco tenía la traza de un criminal. Sabía también que su nombre era falso, pero iba a dejar que él se lo confesara.
Más relajado después del baño, de la cena y del café, se sentía a gusto ahí junto a ella frente al hogar, se había creado una especie de intimidad entre los dos, que de repente se encontró confesándole todo.
Mientras le relataba lo acontecido, fue notando los cambios en la expresión de los ojos, cuando terminó agachó la cabeza, abatido por el esfuerzo realizado al sincerarse con ella.
Las lágrimas brotaron nuevamente a sus ojos, pero esta vez eran de alivio al saber que podía compartir la culpa con alguien más.
Ella se acerco más a él y con ambas manos le tomó el rostro, obligándolo a mirarla, dulcemente lo besó en los labios.
- Acá estas a salvo, fue un accidente Mike.
- Lo sé y lo siento Lisa…mi verdadero nombre es Alan, Alan Fowler.
- Lo imaginé, Alan. Puedes quedarte el tiempo que quieras, además me hace falta la ayuda de un hombre aquí.

La tomó en sus brazos y la besó apasionadamente, sentía que podía comenzar a vivir otra vez.

La noche avanzaba insondable y en alguna parte la policía buscaba a un hombre que se había equivocado.

 Lisbeth Gonlez.

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